Burning Man acaba de abrir sus puertas, y el desierto ya ha recordado a todos quién manda. Durante el fin de semana, una tormenta de arena cubrió Black Rock City con ráfagas de hasta 80 km/h, dejando la visibilidad reducida a cero y obligando a miles de burners a refugiarse entre estructuras improvisadas.
En cuestión de minutos, varias instalaciones colapsaron y los campamentos tuvieron que responder sobre la marcha. Entre los daños más llamativos estuvo la caída de Black Cloud, una escultura inflable de 8 toneladas que fue destrozada pocos minutos después de alzarse.
El Servicio Meteorológico Nacional emitió una alerta de tormenta de polvo el sábado por la tarde, advirtiendo del riesgo de circular por los accesos. Aunque las entradas reabrieron al día siguiente, la recomendación de los organizadores fue clara: máxima precaución.
Y lo que viene no parece más amable. Los pronósticos apuntan a nuevas tormentas a mitad de semana, con posibilidad de lluvias monzónicas que podrían transformar el desierto en un lodazal, como ocurrió en 2023, cuando miles de asistentes quedaron atrapados durante días.
En Burning Man, el desierto nunca es un invitado pasivo: es parte del espectáculo. Esta vez lo dejó claro desde el primer día.