Al lado de mi portal, en el cada vez menos madrileño barrio de Lavapiés, hay un pequeño local con una barra al fondo cuyo letrero reza así: “Los castizos. Agrupación de Madrileños y Amigos.” Quienes lo regentan son un grupo de entrañables abuelitos que celebran cumpleaños, bienvenidas y fiestas populares, el día de San Isidro se visten de chulapos y chulapas y a ritmo de La Violetera reparten limonada entre los vecinos y conversan usando palabras como gachís, menda o chipén.
Lo que no es tan castizo son el resto de locales alrededor de éste que han surgido en los últimos años, bares como El chulapo, El castizo, La madrileña… bares con menos de un año de creación pero que, sin embargo, presumen de tener “solera”. Sitios en cuya carta.
aparecen cosas como Oda a la gilda, Bravas a nuestra manera o Ensaladilla rusa con mayonesa de kimchi, allí no hay servilletas por el suelo, nadie grita las comandas, ni huele a fritanguilla. En estos sitios de nombre neorrancio los camareros no son curtidos señores con camisas de manga corta, son veinteañeros con un cuidado degradado y tatuajes que cubren la mayor parte de su piel, y sobre todo, lo que más caracteriza a estos sitios es que la caña no te vale menos de 3,70.
Los integrantes de “Los castizos. Agrupación de Madrileños y Amigos” se echarían las manos a la cabeza al descubrir cómo se han prostituido los términos que un día fueron solo suyos, pero esto nunca sucederá porque se dejarían toda la pensión en una ración de albóndigas en salsa de curry rojo.
Estos locales están hechos para estas nuevas generaciones que, llevándose a su terreno toda esta visión C.Tangana con su famoso disco El madrileño, piensan que ahora lo que se lleva es eso de ser una especie de nuevo yayo, de Fary, de Julio Iglesias de Hacendado, creen que lo que mola es lo cañí, lo de barrio, pero que no han pisado un bar fuera de la M-30 en su vida, lo tradicional pero no conocen ni un solo chotis, lo castizo con mayúsculas pero no tienen intención de probar un bocadillo de entresijos.
Y es que, en un intento de poner de moda lo tradicional, se ha puesto de moda lo casposo, pero la caspa en su peor versión, no la de un Arturo Fernandez que pertenece a otro siglo sino la del canillita que pertenece a este, que tiene la nostalgia de un tiempo que nunca vivió, un tiempo al que solo pueden mirar desde el privilegio del que puede pagar 21€ por unos huevos rotos con jamón, eso sí, trufados.