Desde luego no, literalmente, aunque después de verle envuelto en llamas en el live de su último trabajo era una posibilidad.
El afamado rapero empezó hace ya casi unos veinte años, y sin casi.
En la primera parte de los dos mil fue muy prolífico en discos, beats y letras. Los primeros discos muestran un Kanye con letras sencillas y ambiciosas, poco a poco se va transformando en un productor de una calidad poco criticable, haciendo colaboraciones que casan perfectamente con distintos estilos y que nos regalan temazos como “Gone” (Late Registration, 2005).
Habiendo calentado a sus ya fans, como un buen profesional, nos puso a todos patas arriba con “Stronger” (Graduation, 2007). En este disco empieza la era de Kanye como súper estrella, un disco en el que hace uso de la electrónica y el synth-pop para darle un giro al hip hop más clásico y consolidarse como un gran productor. Y lo que viene después no hace más que consagrarle en la cima, hacer un análisis de cada disco nos llevaría mucho tiempo pero podemos señalar “Welcome to Heartbreak” 808&Heartbreak, (2008), Watch the Throne, (2010), donde Jay-Z demuestra sus últimos coletazos, digamos “relevantes”, y un largo etcétera que culmina en Yeezus, (2013) y no porque sea un disco bonito sino porque es un disco duro y real en el que demuestra el jigsaw mental con el que vive.
¿Y qué será lo siguiente? Nos preguntábamos. El productor nos había acostumbrado a trabajo por año más o menos pero se tomó tres para descubrirnos su nueva criatura, cambiándole el nombre infinitas veces, lanzándose hasta dos veces más, con un incesante número de innovaciones y cambios que hacían al disco inconexo y sin una línea conceptual clara. De nuevo comenzaba la época escandalosa y poco quedaba de los halagos a Yeezus, (2013).
The life of Pablo, (2016) no es para nada un mal disco pero nos devuelve al Kanye más personaje y menos artista, empieza sus andaduras políticas y escarceos con Donald Trump, sus críticas aleatorias, la acentuación de su enfermedad mental y la intermitente presencia en la prensa más rancia por sus apariciones en el reality de su mujer, ahora ex, la no menos famosa ni menos polémica Kim Kardashian. Cuando se publica Ye (2018) poco queda del productor que en los dos mil había conquistado con su arrogancia a la industria. Trás “Jesus is King” (2019) y “Donda” (2021) lo que queda de aquel chaval de barrio humilde, que cuenta en sus letras la vida de lujo que lleva gracias a haber superado muchos baches, y que se gana el respeto del resto de raperos, es prácticamente cero.
Y no es que no nos guste el nuevo Kanye, porque bien es cierto eso de renovarse o morir, además de lo duro que debe ser sobrevivir en la industria con todos los escándalos que le rodean, ya no solo políticos si no los sonados conflictos con su familia política o su reciente divorcio, además de su enfermedad mental.
En estos últimos discos hay innovación y originalidad, producción milimétrica y mucha estética pero bastante poco hip hop. Kanye West es una estrella, eso es indudable, pero para aquellos que le vieron llegar a la cima en 2010 con “My Beautiful Dark Twisted Fantasy”, aquel artista ya no existe.