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LA EXTINCIÓN DEFINITIVA DE LO HIPSTER. LA MODA QUE NO ENTENDIÓ A TODA UNA GENERACIÓN

Muchos creerán que este artículo llega muy tarde, pues ya existen infinidad de titulares que hablan del fin del hipsterismo incluso desde 2015 cuando apenas tenía unos años de vida, pero en todos ellos se hablaba de una especie de submarca del hipster con nombres que nunca cuajaron como los normcode, los twee o los alpha, términos creados por hipsters que ya no querían serlo porque se convirtió en mainstream. Sin embargo, es ahora, cuando el estampado de piñas pasó a mejor vida, cuando podemos ver con perspectiva el porqué de esta desaparición.   

En primer lugar, analicemos lo que es, o más bien lo que era, un o una hipster: fans de Starbucks, de Apple y de los festivales de música. El sumun de molar era tocar con el ukelele el Over the rainbow con una camisa hawaiana, con la barba de Jesucristo y un sombrero panamá.  Su máxima aspiración en la vida era abrir un negocio de cerveza artesanal, de muffins  artesanales o de lo que sea pero artesanal en un barrio gentrificado mientras lo combinan con su pasión por la fotografía y la producción musical.

Como buena moda creó seguidores y detractores, lovers y haters como dirían ellos, pues su autoproclamada superioridad cultural llegaba a ser algo irritante, eso y su idea de estar perteneciendo a un movimiento contracultural cuando en realidad lo único que representaban era la perpetuación del capitalismo y el consumismo más elitista.

Es decir, que todo lo que hacían, pensaban y llevaban, implicaba un buen desembolso de dinero o como explica Víctor Lenore en su libro Indies, hipsters y gafapastas (2014) más que una subcultura, eran una consecuencia, o un producto, del consumismo moderno.

Se podría decir que el hipster era ese triunfador que podía hacer con su vida lo que quisiera, desde comprarse una cámara Nikon de mil euros hasta dejarlo todo para cumplir su sueño de abrir su propia start up. Pero en realidad ¿no fue esa clase de triunfo lo que vendieron a nuestra generación durante toda la vida? ¿No fue ese sueño el que se nos prometió a la “generación mejor preparada de la historia”?

Esas promesas y esos sueños cayeron tan rápido como la moda de las riñoneras, pasando a ser la “generación quemada” como desarrolla Anna Helen Petersen en su libro No puedo más (2021) dónde sostiene que el agotamiento es lo que mejor define a nuestra generación. Un agotamiento provocado por las expectativas poco realistas del trabajo moderno y la presión constante por deslumbrar en las redes.

No hemos sido ese hipster que se comía el mundo, ni que comía cupcakes de colores, ni brunchs carísimos, lo que nos hemos comido es una mierda, hablando claro. Esa es la realidad de una generación a la que se le prometió que si se esforzaban iban a conseguir todo y lo único que conseguimos fue encadenar 2 crisis seguidas y sus consecuencias: la precariedad colectiva y la ansiedad crónica.  

¿Cómo iba a sostenerse la moda de gastarte 7 euros en un café cuando en realidad eras tú el que los servía por el salario mínimo?

Así que teniendo en cuenta todo esto ¿cómo iba a comportarse la generación Z, esos que directamente nacieron en la propia crisis? Pues pareciéndose lo máximo posible a un exconvicto (sin ánimo de ofender): chándal, tatus carcelarios, peinados sacados del cine kinki y si pareces politoxicómano, sin necesariamente serlo, mejor que mejor.

Una estética y mucho más que eso, que ya ha quedado consolidada y que incluso tiene nombre propio, MDLR, las siglas de Mec de la rue, chicos de la calle en francés.  Evidentemente las marcas se acabaron sumando a esto y puedes ir vestido como el mismísimo Torete habiéndote gastado más de 2000 € en el outfit, pero ese tema merece otro artículo.

El caso es que esta nueva generación con su estética y su visión pesimista de la vida es consecuencia de una época en la que lo importante era comportarnos como triunfadores con pasta y como nunca conseguimos serlo, ahora el objetivo es que parezcas un fracasado, casi tan fracasado como si fueras de la generación milennial.