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En la vida, a cada paso que damos, hacemos una elección, es un juego constante de toma de decisiones. Una de las decisiones más importante es la que nos induce a  seguir una forma de vida, a profesar algún tipo de fe y tener algo en lo que creer para soportar una existencia incierta. Es decir, cada uno elige sus dioses y profetas, los nuestros son de carne y hueso, y son Djs. Esto no es más que una metáfora muy trillada pero que expresa de forma meridiana que para muchos de los mortales, la música electrónica es una religión, pero lo cierto es que es incluso más que eso, es una cultura que recorre el mundo en diferentes formas.

Pues bien, en estos días nuestra cultura está siendo más atacada y ultrajada que nunca. Desde las diferentes administraciones se señala el ocio nocturno como principal fuente de contagio por coronavirus. Lo hacen metiendo en el mismo saco a aquellos que con mucha dedicación, organizan conciertos y sesiones respetando todas las medidas de seguridad y a aquellos que sólo le dan importancia a la barra del bar, esos mismos a los que desde WHaT Magazine ya se les indicaba que ese no era el camino.

La última y más flagrante ofensa ha llegado por parte del Ayuntamiento de Murcia, que hace unos días lanzaba una campaña publicitaria en la que comparaban una pulsera festivalera con la que llevarías en el si ingresas en un hospital, dándote a elegir entre una de ellas. Una campaña injusta y que criminaliza directamente a todo un sector que es un importante motor económico y espiritual en nuestro país. Por si fuera poco, desde el Ministerio de Sanidad han utilizado el mismo argumento, señalando una pista de baile como foco de contagios, cuando ni siquiera ahora pueden verse las pistas de tal modo. Ambas campañas están completamente fuera de lugar y alejadas de la realidad, ya que ha quedado patente que los contagios en eventos culturales y musicales han sido mínimos.

Si todo ello fuese poco, estas acusaciones son vertidas por los mismos que permiten que los trenes del metro vayan abarrotados, los aviones completos, se convoquen manifestaciones contra el uso de la mascarilla sin mantener las medidas de seguridad y lo que es peor, que las gradas en las corridas de toros están completamente llenas. Todo ello, mientras que nosotros nos hemos conformado con bailar en nuestras casas, pegados a los streamings que muchos artistas, clubs y colectivos han lanzado con todo su cariño y esfuerzo. En España, ya nos hemos resignado a que las empresas y colectivos de la industria electrónica no reciban ningún tipo de ayuda como sí ocurre en otros países como Alemania, pero a lo que nos negamos, es a convertirnos en chivo expiatorio de todos los males de este país.

En respuesta al injusto trato que están recibiendo los promotores, artistas y aficionados,  no está demás que recordemos algunos de los hitos que hacen de esta una cultura sólida y sobre todo comprometida con las comunidades en las que opera.  

Podemos empezar por la caída del muro de Berlín, un hecho histórico que supuso una revolución para los jóvenes berlineses que durante años vivieron en dos mundos completamente distintos y que tomaron la música electrónica como una vía de escape y un arma para organizar una nueva vida basada en el respeto, convirtiendo a la capital alemana en uno de los mayores centros culturales del mundo. Al calor del techno emergieron clubes como Tresor que hoy en día forman parte de la historia del país y es considerado como una auténtica institución cultural.

Mucho antes, la música house y disco ya eran la banda sonora principal de espacios donde la comunidad gay crecía y se encontraba así misma, a la vez que huía de la homofobia institucional y la presión ejercida por la sociedad. Desde entonces y hasta llegar a nuestros días donde el minimal y el techno son los pilares de eventos como “Maricas” donde la comunidad queer sigue refugiándose de la intolerancia. Es cierto que aún hay muchas cosas que mejorar y puede ocurrir que alguien se salga de esta norma básica de la tolerancia y el respeto, como es el caso de Ten Walls, que hizo unas declaraciones nada afortunadas y que por ello fue reprendido por todos los agentes implicados en la escena, dejando claro que en nuestra cultura no hay espacio para la homofobia.

Además, son muy numerosas las acciones solidarias que se han visto entre algunos de los artistas más prolíficos. Seth Troxler subastaba parte de su colección de vinilos y subía a Kilimanjaro como campaña para la recaudación de fondos para proyectos de investigación que buscan la cura del cáncer de cerebro. Por su parte, Luciano, Richie Hawtin y Black Coffee entre otros desarrollaban el proyecto Bridges for Music con el que pretenden hacer llegar a los lugares más desfavorecidos una formación de calidad para que los más jóvenes pudieran encontrar en la música una salida profesional. El mismísimo Dave Clarke se negaba a pisar EE.UU.  a modo de protesta mientras Donal Trump siguiera lanzando mensajes racistas como presidente del país, con todos los perjuicios que ello le pudiese ocasionar como profesional. Y por último, Boiler Room, la plataforma de streamings de actuaciones musicales de electrónica más conocida del mundo, se posicionaba en contra del injusto trato que recibían los habitantes de la franja de Gaza, por ello lanzaron una edición limitada de ropa con el propósito de conseguir fondos que irían destinados a ayuda al pueblo de Palestina. Esta iniciativa solidaria la han vuelto a llevar a cabo pero esta vez, para recaudar fondos para los afectados de la explosión en Beirut. Puedes hacer tu compra aquí.

Estas y otras muchas historias son una prueba de lo que supone la música electrónica para muchos de nosotros. Va más allá de ser un simple estilo musical, es una forma de vida y una entidad cultural que debe ser tratada con el respeto que merece.

Hace ya más de 30 años, Indeep cantaba muy acertadamente eso de “Last night a dj saved my life” y que así siga siendo por mucho tiempo.